
Del listado que publica
Babelia solo tengo empezado “Intemperie” de Jesús Carrasco, elegido como
segunda mejor obra de narrativa en español. Es una historia tan dura, cruel y
desasosegante que me cuesta rematar al ver que necesito un estado de ánimo que
no poseo en estos momentos. Sin duda tengo en proyecto (y por orden
prioritario) leer “Mi vida querida” de la premio Nobel, Alice Munro, uno de
cuyos cuentos incluido en ese libro me parece genial y “Limónov” de Emmanuel
Carrère.
Pero sin duda leeré el
considerado libro del año. Se trata de “En la orilla” de Rafael Chirbes
(Anagrama.Barcelona.2013). Confieso que no he leído ninguna de sus anteriores
obras, solo vi la versión que se hizo de “Crematorio” para televisión donde era
protagonista el malogrado gran actor Pepe Sancho. Me dejó un buen sabor de boca
y lo contario. Buen sabor por la actuación de los actores y actrices, porque me
apreció un buen trabajo y, lógicamente, un asco profundo porque el tema en
cuestión no era ficción, era y es el reflejo de esta sociedad española, de la
corrupción y del sistema mafioso en que estamos instalados.
La reseña y el análisis del
libro corre a cargo de Luis García Montero y su artículo lo titula “Meditación
sobre la lucidez”. De él me parece a destacar su referencia a nuestra “bendita
y sacrosanta” transición, modelo a seguir por todos los que quieran ganarse el
cielo en la tierra, perfección que nos vendieron y venden y que, analizada en
perspectiva histórica, nos demuestra cómo se puede traicionar y que aun
tengamos que agradecer que estemos aquí (los que aún vivimos, porque miles se
han ido tras legar un ejemplo de lucha y sentir que dejaron lo más importante
de su vida para que todo cambiara sin cambiar nada, porque todo estaba atado y
bien atado).
Traslado estas líneas que
García Montero escribe y subrayo la parte donde analiza el tema de la
transición.
“La realidad existe mientras se cuenta. Los hechos no son
un escenario objetivo, sino el resultado de un orden y de una construcción. El
instante puede ser muy orgulloso en nuestra sociedad, puede identificarse con
un cuerpo deportivo, convertir en imperio la fugacidad de una mercancía, pero
resulta incomprensible en sí mismo, no está operativo si no se reconoce en un
pasado, es decir, en un modo de intuir el futuro. La realidad es inseparable
del sentido.
Rafael Chirbes es
uno de los novelistas españoles que mejor cuenta la realidad porque lleva
muchos años persiguiendo su sentido. Los lectores hemos celebrado el poder de
la ficción, la palabra directa, la mirada certera y seca sobre los personajes y
las historias, a través de libros como La buena
letra (1992), La larga
marcha (1996), Los viejos
amigos (2003) o Crematorio (2007).
La intimidad de los personajes, el decorado de las vidas privadas y las
historias públicas se tejen en un universo narrativo que ordena e interpreta
ese argumento llamado España. La dimensión ética perfila la mirada y el
vocabulario de Chirbes. Su
poder es inseparable de la búsqueda de sentido, de la lucidez.
Quizás podemos situar este sentido en la conciencia de
que la Transición no fue en realidad el paso de una dictadura a una democracia,
sino la época en la que pasamos de los códigos económicos y vitales del
subdesarrollo a las conductas del capitalismo avanzado. Una mutación antropológica.
La prepotencia del lujo, encadenada siempre al imperio del instante, no dudó en
traicionar los viejos ideales y devorar la memoria al mismo tiempo que
cancelaba el futuro como lugar solidario. Los jóvenes rebeldes se iban
vendiendo al poder, mientras el dinero lo corrompía todo. Y la mirada de
protesta solo encontró en ese camino, ya que todas las banderas se acomodaban a
la mentira, las complicidades de la enfermedad. El deterioro del cuerpo ha ido
ocupando un lugar decisivo en las narraciones de Chirbes porque la voluntad de maquillaje
perpetuo acaba derrotada por la ley implacable de los años y la biología.
La última novela de Chirbes, En la orilla (2013),
se sitúa ya en los años de la crisis económica y entiende la irrupción de las
dificultades como el estado de una agonía generalizada. El narrador busca un
paisaje significativo, el pantano de Olba, y coloca un cadáver entre el fango
para desatar la lucidez del sentido. La codicia, la traición, las miserias
personales, la explotación aceptada como sistema, nos hacen a todos
responsables de la agonía, del desempleo, la quiebra de los negocios y la
infelicidad. Eva echó mano a la serpiente creyendo que era un collar de
esmeraldas. Es “la seguridad de que no hay ser humano que no merezca ser
tratado como culpable”, confiesa el protagonista, Esteban, un carpintero, amo y
esclavo, que se ha visto obligado a cerrar su taller y a despedir a sus
trabajadores.
No hay salida. El presente es la historia de alguien que
se arruina al caer en la tentación de la avaricia. El pasado es un padre,
educado en los viejos sueños revolucionarios, que se fue separando poco a poco
de la vida por culpa de sus propios rencores y de su lejanía ante una realidad
despreciable. El rencor conduce también a la falta de sentido y la inutilidad.
Y el futuro tampoco parece una alternativa porque los descendientes nacionales
siguen la senda macabra del dinero y los que llegan de fuera, empujados por una
necesidad anterior, solo aspiran a competir en el festín de la indignidad.
En esta desolación adquiere especial protagonismo una
sirvienta latinoamericana. Si los cuidados son el vínculo de una comunidad
posible, el síntoma del amor y la solidaridad, En la orilla presenta
una realidad muy distinta. La cuidadora ejerce el egoísmo, la hipocresía y el
mundo entendido como compraventa. Igual que los demás personajes, pertenece al
deterioro y la degradación. La voz narrativa es minuciosa, mancha todos los
rincones, se convierte en obsesión, pasa del monólogo a la tercera persona para
no dejar nada a salvo, ni desde la perspectiva de las intimidades, ni desde la
descripción exterior de la sociedad.
Los lectores de Chirbes llegamos hasta aquí. La realidad
es una enfermedad mortal, una vejez sin piedad, un pantano, un vertedero. ¿Y
ahora qué? Es el momento de preguntarse si esta radicalidad de la mirada
negativa mantiene su lealtad a la lucidez o paga la factura del rencor. ¿Es que
no hay nada bueno en la vida? ¿Todo ser humano es sospechoso? ¿El amor resulta
siempre una estafa? El buenismo, desde luego, falsea cualquier meditación.
Pero, en el otro extremo, conviene también preguntarse por el nihilismo
totalitario y su voluntad absoluta de descrédito. ¿Sirven para entender la
realidad? ¿No son una forma más de acomodarse a los dictados de un poder que
pretende cegar cualquier alternativa? La última novela de Rafael Chirbes me ha
dejado estas preocupaciones”
Espero que sea de interés.
Emilio Sales Almazán