No estamos hoy en Menasalbas solamente para homenajear a nuestros compañeros asesinados; también estamos librando una batalla por la verdad
El 3 de Abril de 1939, 17 vecinos de Menasalbas fueron asesinados, Como ellos, otros muchos padecieron la misma suerte, o sufrieron cautiverio en diversas prisiones y en los campos de exterminio nazis; algunos más murieron en la lucha guerrillera contra Franco. La mayoría de sus familiares, además, fueron forzados a marchar al destierro o al exilio. Y eso explica muchas cosas…
La República de 1931 supuso en España la apertura de un horizonte, hasta ese momento inédito, de progreso y de esperanza en la mejora de las condiciones de vida. Se creaban escuelas, se fomentaba la cultura… Fue, por una vez, “una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y Justicia”. Justamente aquello que no estaban dispuestos a consentir quienes se habían considerado siempre “los dueños”, por derecho de conquista o por la gracia divina.
Los militares africanistas (en nombre de Dios y de su particular concepción de la patria) de común acuerdo con la plutocracia financiera y terrateniente, comenzaron a conspirar desde el mismo día que nació La República. Esta casta, financiada por la oligarquía y con el apoyo de las potencias fascistas, cometiendo traición y perjurio, se alzó en armas el 18 de julio de 1936 contra el pueblo español y su Gobierno legítimo refrendado en las urnas.
Los facciosos, desde el primer día, practicaron el exterminio físico e ideológico; premeditado, planificado y organizado. Aplicaron metódicamente una salvaje represión para ‘sanar’ al país ‘de ideas extrañas’, como el parlamentarismo, el socialismo, el liberalismo, el anarquismo o la democracia.
Durante tres años, la mayoría del pueblo, desde diferentes proyectos políticos y sindicales, en torno al Gobierno de la República, combatió al militarismo reaccionario y clerical, y al fascismo internacional que intervino impune y masivamente en apoyo de los militares rebeldes. Las democracias occidentales pagaron las consecuencias de su pasividad ante la injerencia fascista en España, teniendo que defender en Londres, París o Normandía, lo que hubieran podido detener en Madrid. Pero miles de voluntarios llegaron de docenas de países de todo el mundo para combatir al fascismo junto al pueblo español, codo con codo, en uno de los más bellos ejemplos de generosidad de la historia. Como escribió Ilya Ehremburg:
“Y de repente, se levantó un pueblo y se enfrentó al fascismo. No pudo salvarse a sí mismo, ni salvar a Europa. Y sin embargo, si las palabras dignidad humana conservan todavía un sentido para los de mi generación, solamente fue gracias a España”
La derrota significó el inicio de una “negra noche” de cuarenta años, cuyas consecuencias padecemos aún hoy. El pueblo español sufrió hambre, todo tipo de miserias, injusticias, humillaciones y, por encima de todo, represión ejercida por quienes habían “secuestrado” el país “a punta de pistola y crucifijo”, sobre aquellos que habían defendido la legalidad democrática, y sobre sus familias.
36 años después de la muerte física del dictador, los herederos de quienes condujeron al martirio a los luchadores por la libertad; los beneficiarios de aquellos que aplaudieron y justificaron los crímenes; siguen invocando el olvido “en nombre de la convivencia y la armonía”. Nos acusan de revanchismo porque queremos recuperar la memoria y los restos de nuestros familiares y compañeros, mientras mantienen (“escribas y fariseos hipócritas”; “sepulcros blanqueados”) sus cruces de los caídos, beatifican ‘a cascoporro’, o secuestran, manipulan y privatizan el discurso de las víctimas (pero sólo de algunas víctimas), persiguiendo un mezquino beneficio partidista.
No estamos hoy aquí en Menasalbas solamente para dar un entierro digno y homenajear a nuestros compañeros asesinados; también estamos librando una batalla por la verdad. Como alguien dijo: “El olvido no es lo contrario de la memoria, sino de la verdad, porque al no recordar se falsifica la historia.”
Hemos venido a que nos oigan. Ya está bien de silencio y de mentiras. Nos van a oír: los que están dispuestos a escucharnos y los que intentan taparse los oídos. Ante la tumba de nuestros compañeros venimos a gritar, a esparcir a los cuatro vientos que estamos inmensamente orgullosos de ser sus hijos e hijas, sus nietos y sus nietas; que pretendemos ser dignos herederos y continuadores de su lucha por un mundo mejor de justicia e igualdad. Nuestros compañeros, padres, madres, abuelas y abuelos, no fueron asesinados, encarcelados o exiliados por rencillas personales, casualidades o envidias, como siempre han intentado hacernos creer. Pero es cierto que no eran inocentes: eran absolutamente culpables de haber deseado y luchado por un mundo mejor para ellos, para sus hijos e hijas y para sus vecinos; incluso para sus verdugos.
Algunos de los compañeros cuyos restos hoy inhumamos eran miembros del Ejército Popular de la República, las fuerzas armadas del Gobierno legítimo de España. Pero hoy no tenemos entre nosotros mandos militares rindiéndoles honores. Ni tampoco este es, como debiera ser, un homenaje de Estado. Este es un acto de sus familiares y de sus compañeros. Suele decirse que exhumamos los restos para recuperar su dignidad: es falso. Aquí, quien ha perdido completamente la dignidad es el Estado y la sociedad española, que permiten y consienten que docenas de miles de ciudadanos, cuya falta fue luchar por la democracia, permanezcan aún en fosas comunes clandestinas, y que se mantengan como firmes y legales las sentencias de las farsas judiciales franquistas.
También recordamos hoy, junto a la tumba definitiva de nuestros compañeros, al resto de menasalbeños que aún yacen en otras fosas comunes; a los asesinados en las prisiones de Navahermosa, Toledo y Ocaña; a los caídos en Gusen y Mauthausen. Pero ante todo, estamos obligados a rendir un emotivo homenaje a las viudas, los hijos e hijas, los hermanos y hermanas, que deberían haber sido los principales actores de un homenaje como éste y que, en muchos casos, ya no están entre nosotros; porque es el Estado el que tendría que haber propiciado esto, y hace muchos años.
Queremos finalizar, citando los versos del novelista y poeta Jesús López Pacheco, dirigidos a un amigo exiliado:
“Hay guerras que se pierden y nunca están perdidas.
Bajo la paz impuesta por la guerra,
el pueblo calla, espera y no se olvida.
Hay muertos que no han muerto, ideas siempre vivas.
Te escribo, Rafael, para decirte
que está ocurriendo todo, todavía.”
Federación Estatal de Foros por la Memoria, 16 de Julio de 2011. Menasalbas